A partir de los ochenta, la juventud comienza a ser mitificada. La
obsesión por lo juvenil genera en nuestra sociedad una doble
preocupación. Por un lado, entre el mundo adulto se propaga la
necesidad de exteriorizar una estética juvenil como garantía de cierto
reconocimiento social. Por otro, muchas organizaciones e instituciones
ponen a los jóvenes como eje central de su preocupación, pasando a
ser un punto de referencia inagotable del discurso público,
institucional, de los medios de comunicación. Y, naturalmente, de la
publicidad.
Frente a esta situación, el sector joven vive una noche oscura. Se
ha utilizado su estética y su imagen. A pesar de su mitificación, los
jóvenes quedan al margen de determinados espacios sociales y
culturales imprescindibles para el crecimiento personal y el necesario
desarrollo de su personalidad.
La ciudad duerme durante la noche, y aquello que la luz del día
esconde comienza a despertar. El joven se libera de los elementos
restrictivos del día. La noche es su espacio; sus padres están
ausentes. No hay horarios ni censura. La noche es a la vez divertida,
porque en ella se descubren cosas desde la autonomía. También es
di-vertida, porque aparecen dos personalidades: por un lado, lo
fantástico de lo autónomo y, por otro, la inmadurez y la inseguridad..
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